Bill y Bilbao


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Agua. Del agua al agua. Del espacio portuario de la Ría a las escenas místicas de bautismo casi religioso de Bill Viola.

Este verano hemos pasado por Bilbao, y como no podía ser de otra manera, hemos visitado el Guggenheim (¡por fin!). Teníamos muchas ganas porque es uno de los museos más famosos a nivel mundial, sobretodo debido a la polémica que se unió a su construcción, que le confería la fama de McDonald’s de la cultura, de cultura de masa, vacía y en cadena. El hecho de crearse bajo el sello de la nada insolvente Fundación Peggy Guggenhem, sin embargo, le daba un aura de misterio y de estabilidad; podríamos tener en Bilbao las grandes exposiciones que suelen dar la vuelta al mundo en estas sus gigantescas. Claro, ¡qué ganas de verlo en directo!

Como casi siempre que hablamos de museos, aquí en el Cultius, nos referimos al continente y contenido, esta fórmula nos ayuda a analizar el qué está expuesto con el dónde está expuesto. Esta vez tiene aún más sentido hacerlo así, ya que este edificio del arquitecto Frank Gehry es uno de los principales exponentes de lo que podríamos llamar “museos vacíos, uno de los hijos de la posmodernidad. La cultura del escaparate.

 

El continente

Hay que irnos hacia los años 90 para seguir la pista de sus inicios. Estuvo gestándose desde 1992, tal como se explica en su propia web; aún así, creció en un ambiente tenso debido a ciertos problemas morales y económicos por parte de la ciudadanía vasca. En general se quejaban de tener que financiar con fondos públicos un museo de carácter privado, gigantesco y que no veían claro cómo se ensamblaría en Bilbao. En particular, por parte de la intelectualidad vasca, no se veía con buenos ojos que una franquicia estadounidense pusiera los pies en un espacio que, tradicionalmente, tenía unas raíces tan fuertes y claras como era el pueblo vasco.

Exterior. Obra de Jeff Koons. Foto pròpia.

No eran unos miedos tan desencaminadas, pues el Guggenheim de Bilbao formaría parte de una serie de museos franquicia con exposiciones itinerantes y pocas de producción propia o con artistas locales, en palabras de Iñaki Esteban, en El efecto Guggenheim, no se trataría de un modelo de museo sino de un modelo de gestión, y más concretamente: “Legitimidad de un modelo de cultura extracultural, economicista (…) del que se esperan beneficios políticos.”[1]

Esto condenaria el arte a una posición secundaria, habiendo sido construido como gozo, adorno y sobre todo icono. Su finalidad, como museo, ya no sería la del ocio, la contemplación, el estudio y la conservación, como antiguamente se definía, sino que, como dice Jean Clair en Malestar en los museos, sería a base de compensaciones financieras.[2]

Otro aspecto importante es que el hecho de ubicar el Museo en un espacio tan peculiar como la ría de Bilbao hizo que esta parte de la ciudad se modernizara y quedara como un barrio moderno de galerías y street art. Como decíamos, cambios urbanístics alrededor de un icono. A cambio de qué, ¿un museo vacío?

Ría de Bilbao. Street art.

Precisamente hace poco visitamos la nueva sede de la Tate Modern de Londres, ese nuevo museo que representaría un cambio en los paradigmas de la representación británica, especialmente porque se autoanunciaban con un cambio en la colección que haría que este segundo edificio contuviera un discurso más feminista y con más presencia femenina. Lo leíamos por todos lados. Al final de lo que se trataba era de un edificio de casi 10 plantas, de las cuales la mayoría eran salas de bar, restaurante, terrazas para hacer la foto del skyline, aulas para talleres y sólo 3 o 4 invertidas en exhibition room propiamente.

De aquellos primeros miedos, sin embargo, ya hace bastante, y ahora ya nadie pone en duda su calidad en cuanto a sede del arte contemporáneo, aún así, continúan los reacios a verlo como el museo vacío que todos decían. Además, este verano ha batido récords de visitas aumentando un 5’7% en junio y julio respecto años anteriores.

No todo es así, en Helsinki, este 2016, rehusaron la franquícia. Pero nosaltros, de momento, nos quedamos con lo que dicen en About Basque Country sobre el Museo Guggenheim:

Hoy los vascos podemos decir que hemos conseguido algo que parecía un imposible. Les hemos “robado” uno de sus iconos a los habitantes de New York. Si en 1995 se hablaba del Museo Guggenheim, se pensaba en el que diseño Frank Lloyd Wright en la Quinta Avenida de New York. Hoy en día la mayor parte de las personas cuando se dice Guggenheim, se imaginan el que Frank Owen Gehry diseñó para Bilbao.

El contenido

Esta vez teníamos una exposición monográfica de Bill Viola (Nueva York, 1951), uno de los artistas más destacados desde los años setenta hasta hoy en día, pionero en la experimentación con el videoarte y las instalaciones sonoras. Se le relaciona sobre todo con los temas fundamentales de la naturaleza humana: nacimiento, muerte y conciencia; siempre ligado a filosofías orientales como las teorías zen, así como la teología y el sufismo.

La repetición del gesto, la monotonía del día a día, el sin sentido de nuestras acciones, el vacío existencial, el tedio, que diría Baudelaire. Todos estos temas los relaciona y los pone de manifiesto con estructuras sonoras y visuales, jugando con el gesto, los montajes escénicos, la técnica y estructura, en difinitiva, la percepción performántica del espacio.

Os dejamos el vídeo de una de las instalaciones más espectaculares, La ascensión de Tristán, donde nacimiento, muerte y misticismo se unen en esta impresionante cascada ascendente.

Esta vez nos hemos centrado poco, muy poco, a describir el interior del museo. Una audioguía nos sitúa en el centro, en el hall de entrada, describiéndola, más o menos, como un “órgano que, a modo de corazón, bombea los visitantes de sala en sala y de piso en piso”. El hecho es que sí hay mucho museo para pocas obras. Sin embargo, personalmente nos parecieron muy interesantes, y la exposición de Bill Viola espléndida, pero como no lo ha de ser, siendo Bill Viola.

 

Guiomar Sánchez Pallarès

[1] ESTEBAN, I. El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento, Anagrama, Barcelona, 2007.

[2] CLAIR, J. Malestar en los museos, Trea, Gijón, 2011. Pàg. 47

 

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