La luna se alza por encima de los riads que rodean la marroquí plaza de Jamaa el Fna. El bullicio no se detiene, las paradas dispensas zumos de naranja mientras el olor de carne adobada de los restaurantes móviles se extiende casi hasta más allá de la mezquita de la Koutubia. Pero esta de hoy no es una luna cualquiera. Las cadenas de televisión de todo el mundo árabe, que ahora parecen sustituir los antiguos mecanismos y adelantarse a todo pronóstico, han anunciado que, al verse la última luna del octavo mes del calendario islámico, se dará por comenzado el Ramadán. Ha formado parte de las conversaciones diarias de muchas personas los días precedentes a esta noche: si la luna es visible el último día del mes comenzará el día siguiente; sino, habrá que esperar a que sea así. Este es el motivo por el que, a pesar de las modernidades -aunque hablar de tecnología punta en un zoco de Marrakech se haga, al menos, extraño-, no todos los musulmanes en todo el mundo, ni siquiera en países vecinos, comienzan el mes de Ramadán el mismo día.
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