Como bien dice un cómico que me gusta mucho, el indio americano Aziz Ansari: “nosotros no tendremos un legado que dejar a nuestros hijos.”
Nuestros padres tienen historias increíbles de cómo sacaron adelante a su familia siendo muy jóvenes y, en cambio, nuestro mayor problema es que se acabe batería del iphone.
Nosotros, y los que irán detrás de nosotros, como nueva sociedad, como nuevo futuro, seremos ancianos aburridos, porque somos jóvenes aburridos. Lo somos porque todo el entretenimiento del que hacemos uso, la información que consumimos a diario, la tenemos en un click a nuestras manos, no nos hace falta saber datos enciclopédicos ni tener historias, solo hay que buscar, clikar y leer en voz alta. No retenemos nada, nuestro nivel de conocimiento se limita a lo que buscamos, y no hay conocimiento grandilocuente, en un atontamiento progresivo de esta generación. Es tan fácil llegar a la información que sólo nos preocupamos de nosotros mismos, no nos esforzamos por la inmediatez de la comunicación. Es como aquello que se dice que, si me quedara en el desierto, dentro de una cabina de teléfonos ¿a quién llamaría? Me moriría de hambre porque ya no podemos retener ningún teléfono. Nos lo dan todo hecho.
Se trata del aburguesamiento de nuestros cerebros: es un concepto extraño pero acertado. Hemos atontado tanto nuestra memoria que al final se ha quedado como algo anecdótico, como saberse el número del DNI.
Cualquier cosa que necesitemos, te la da el smartphone: calculadora, agenda, anivesarios, etc. Ya no empleamos la memoria y eso hace que, por un lado, los acontecimientos dejen de importarte; es decir, te importan, sí, pero no los recuerdas. Por otro lado, eso crea una dependencia con nuestras herramientas electrónicas que hacen que, si en el día de mañana hubiera un apagón tecnológico, sería nuestra extinción como cultura, ya que la mayoría de nuestra huella está en los blogs y redes sociales.
El impacto de éstas también es caduco, ya que llega enseguida pero también así se desvanece. Nada es tangible: antes escribías un libro y duraba toda la vida.
Sería impensable que obras como el Quijote, por ejemplo, no se recuerden por que están almacenadas solamente en internet. El contenido actual es gigantesco, pero enseguida se olvida. La decadencia del acceso a la información: es más fácil publicar, pero más difícil que tu obra perdure donde todo el mundo puede escribir y opinar, crear contenido.
En esta sociedad cooperativista en cuanto a la información, todo el mundo accede al contenido de todo el mundo.

Hay que tener en cuenta la educación que se ha recibido en todas las generaciones. La de los 80-90, entre la que me encuentro, los llamados millenials, somos la última generación que aún tuvo una infancia basada en jugar en la calle, algo analógico frente a lo que sucede hoy, que es no salir de tu casa por las consolas, internet, la tv digital, etc. Todos estos elementos ya no te motivan a salir. Antes bajabas a la calle con vecinos o niños que conocías en la escuela. No se accedía a tanto volumen de información, pero la compartías con las pocas personas que veías a diario. En esas interacciones diarias te daba para hablar de absolutamente todo: con uno sólo hablabas de deportes o entretenimiento, de cine, con otro hablabas de algún tema artístico que los demás igual no comprendían, como arte o poesía. Siempre encontrabas una o dos personas con las que hablar de temas concretos. Lo bueno, es que cuando de niño aprendes por tu cuenta cosas, tus amigos son los receptores; ahora en cambio no tienes diez amigos con los que hables asíduamente, sino mil amigos pero algunos ni los conoces, no los has visto en persona, incluso algunos no hablan tu idioma.
Con todo esto no quiero hacer una crítica al poder de la información, el problema es la pérdida de valores que complementaban esa información. La hemos sustituido en lugar de añadirla. La juventud que sube no va a saber manejar la amistad como algo tangible. Como con quien hablas no lo conoces realmente, lo bloqueas o lo obvias, y se acaba el problema. Cuando me gusta o no algo lo comparto, lo critico, lo publico, pero luego se me olvida. Antes teníamos que aprender algo para hablar de ello, ahora te metes en una aplicación y hablas con gente que no conoces de nada, de un tema del que puedes saber o no, y da igual, porque no hay necesidad de tener que saber. Las amistades, quizá, antes eran más intensas.
Cerrando el tema y siendo un poco como el ouroboros que vuelve al inicio para cerrar el ciclo, vuelvo a la primera reflexión: seremos en el día de mañana ancianos aburridos, y con cada generación venidera más aburridos todavía. Nos hace falta más contacto humano, ese contacto que a día de hoy se ha ido perdiendo; te quedan pocos amigos o conocidos, puedes crear nuevos vínculos, o conocer gente nueva, vínculos que se han creado durante años y que no todo el mundo sabe encontrar o mantener: ése es el verdadero legado que podemos llegar a tener el día de mañana. Si tienes hijos y quieres explicarles una historia o anécdota, carecerá de esa épica de otras generaciones, de levantar pueblos y ciudades, o de sobrevivir como migrantes, nos centraremos en lo gracioso o lo curioso. Nos falta ambición de querer vivir, ambición por vivir.
Nos falta cierta motivación: ambición de querer conocer a la gente de verdad, de vivir y compartir sinceramente con esa gente. Hay que llegar a profundizar con la gente, y esa es el gran problema del mundo moderno, y de las generaciones que vendrán: que no interiorizamos con nadie, y no conocemos a nadie de verdad.
Al final, contar historias es fácil, lo difícil es hacer que tus historias cuenten.
Cristian Romero