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Después de ser recibidos por el Estrasburgo más romántico, empezamos nuevo día (con lluvia) llenos de ganas de descubrir más sobre la ciudad. El primer destino será la única visita obligada que teníamos antes de venir: la del parlamento europeo.
Aunque tan solo tres kilómetros y poco separan las instituciones europeas del centro de la ciudad y ha dejado de llover, nos dirigimos a la Place de la République para coger un Tram y así ahorrarnos sorpresa meteorológicas. Llegados a la parada de destino bajamos juntamente con otros turistas que también “han venido a hacerse la foto” y ahí lo tenemos, el típico edificio moderno de oficinas en forma de cilindro, en este caso rodeado de un muro de seguridad de cuyo interior sobresalen las banderas de los diferentes países de la Unión.


Rodeamos el muro por la derecha y sorprendentemente nos encontramos con un barrio de casas unifamiliares que contrastan con la altura de los edificios de las instituciones. Una pareja pasea el perro mientras otros hacen deporte por los caminos que conectan el exterior del recinto con el parque de l’Orangerie; de alguna forma es como si el parlamento se estuviera intentando integrar con el entorno previo a su llegada. A continuación nos encontramos por casualidad con los estudios del canal de televisión Arte, el cual emite programas tanto en francés como en alemán, un gran ejemplo de colaboración entre dos culturas vecinas para generar contenidos de calidad. Parece que el día se va arreglando a medida que nos acercamos al parque, dejando a nuestra izquierda el Consejo de Europa.
El parque de l’Orangerie situado al noreste de la ciudad nos da la oportunidad de conocer su mascota: la cigüeña. Multitud de estas aves se pueden ver volando o paradas en sus nidos por todo el espacio aéreo del recinto. Y si no son directamente visibles, su presencia es fácilmente reconocible por el cacareo de sus picos. Una vez acabado el paseo de rigor empieza a ser hora de volver al centro para buscar algún sitio donde comer. De camino pero tendremos la oportunidad de ver el jardín botánico y la iglesia luterana de San Pablo.


De nuevo por el centro decidimos comer los famosos Flamkuchen, una especie de pizzas de masa fina donde en vez de usar salsa de tomate se utiliza la llamada crema doble (nata con un alto contenido de grasa, del orden del 40%) y se condimentan con diversas verduras, beicon, salmón, etc. Si vais con hambre os recomendamos el restaurante Flam’s y su “Formule à volonté” donde por un precio fijo que puede variar de 12€ a 17€ se pueden comer tantos Flamkuchen como os entren. Y si al final aún os queda un espacio, podéis pedir postre, recomendamos cualquiera de los helados que ofrecen.

Recuperadas las fuerzas encaramos la última tarde a la ciudad dirigiéndonos a la catedral de Notre-Dame de Estrasburgo. El edificio fue declarado monumento histórico el año 1862 y es sede de la diócesis de la ciudad. Construida entre 1015 y 1439 es un ejemplo destacado del gótico tardío en la cual trabajaron arquitectos venidos de Borgoña, reino de Francia y del Sacro Imperio. La torre del campanario (142 m) fue la obra arquitectónica más alta del mundo durante más de dos siglos. No obstante, no se libró de los bombardeos que tuvieron lugar durante los diferentes conflictos entre Francia y Alemania. De su interior destacamos sobretodo el reloj astronómico del siglo XVI.
Los alrededores de la catedral son el lugar idóneo para encontrar las típicas postales y otros souvenirs pero también para encontrar tiendas con regalos más originales. Durante el fin de semana si el tiempo acompaña, las calles
se llenan de gente sentada en las terrazas o simplemente paseando, así que nos unimos al flujo hasta llegar a la orilla del río. De allí nos encaminamos a La Petite France, el barrio más turístico y conocido de Estrasburgo. Rodeado de canales que le han otorgado el nombre de Venecia francesa, La Petite France era tradicionalmente el barrio de los pescadores, molineros y curtidores y pequeños artesanos en general. Los edificios muestran aún la arquitectura típica de los siglos XVI y XVII con tejados abiertos donde se secaban las pieles de los animales, produciendo así un fuerte olor característico que antiguamente alejaba la mayoría de habitantes de la ciudad de esta zona. Durante la Edad Media fue refugio de ladrones, bandidos e incluso devino el barrio rojo de la ciudad durante un período. El nombre de la Petite France tiene su origen en el antiguo hospital militar situado en el mismo barrio, donde se venían a curar los soldados franceses de sífilis (enfermedad que más tarde se conoció como el mal francés). [1]
Para los amantes de las escapadas de fin de semana Estrasburgo es sin duda un destino ámpliamente recomendable, no solo por su encanto visual sino por tratarse de un híbrido cultural que ha sabido potenciar lo mejor de la mezcla franco-alemana en todos los aspectos.
Rosa M. Torrademé
[1] http://de.france.fr/de/sehenswert/viertel-petite-france-strassburg
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