La luna se alza por encima de los riads que rodean la marroquí plaza de Jamaa el Fna. El bullicio no se detiene, las paradas dispensas zumos de naranja mientras el olor de carne adobada de los restaurantes móviles se extiende casi hasta más allá de la mezquita de la Koutubia. Pero esta de hoy no es una luna cualquiera. Las cadenas de televisión de todo el mundo árabe, que ahora parecen sustituir los antiguos mecanismos y adelantarse a todo pronóstico, han anunciado que, al verse la última luna del octavo mes del calendario islámico, se dará por comenzado el Ramadán. Ha formado parte de las conversaciones diarias de muchas personas los días precedentes a esta noche: si la luna es visible el último día del mes comenzará el día siguiente; sino, habrá que esperar a que sea así. Este es el motivo por el que, a pesar de las modernidades -aunque hablar de tecnología punta en un zoco de Marrakech se haga, al menos, extraño-, no todos los musulmanes en todo el mundo, ni siquiera en países vecinos, comienzan el mes de Ramadán el mismo día.
El ayuno durante este periodo de treinta días es uno de los cinco pilares básicos del Islam, junto con la oración, la peregrinación a la Meca, la limosna y la shahada (la afirmación de la creencia en un solo Dios y en Mahoma , su profeta). Es un mes sagrado, no sólo porque en el transcurso del mismo se aglopen muchas festividades importantes, como el revelación del Corán a Mahoma o la muerte del primer musulmán, sino porque está dedicado a Dios, a la oración y al acción de gracias. De la misma manera que en los momentos clave del calendario cristiano, es un tiempo de paz y reflexión, ya la vez de alegría, reconciliación y solidaridad.
Durante el Ramadán se realiza ayuno en las horas de sol, dejando lugar para la comida y la bebida antes de la salida del sol y después de la puesta del mismo. Más allá de los preceptos y deberes que desglosa el Islam, hay que reconocer que una celebración como esta, ha sido fuente desde hace siglos de unas tradiciones y costumbres que se han traducido en un cocina propia y una cultura que va más allá de la propia religión.
El Ramadán, pues, ya no debe entenderse sólo como una festividad religiosa sino como una invitación al descubrimiento de los valores de las sociedades musulmanas, donde la comunidad tiene un peso especial por encima del individuo. Un turista puede entrar en una tienda en pleno centro de Marrakech, por ejemplo, y hacerse la hora del iftar, la ruptura del ayuno en el ocaso, encontrándose cumplimentado de golpe con bandejas de dátiles -Alimento con lo que se suele romper el ayuno-, cuencos de harira o platos de tajine, sin más explicación que el generoso sonrisa del tendero, que comprende que la esencia del Ramadán es poder redescubrir aquella solidaridad que quizás había perdido -o no . En los musulmanes, y más especialmente en los países árabes, se evidencia el hecho de que el conjunto prevalece por encima de la persona, con todo lo bueno y malo que eso significa, vaya por delante. Con todo, sin embargo, es un rasgo clave que no se puede disociar de su cultura, precisamente porque la impregna por completo, y que nos debe hacer reflexionar a vueltas sobre sí, todo ello, no lo habremos ido perdiendo nosotros por el camino y habría que tomar conciencia del valor del conjunto, de la sabiduría de los viejos, de la visita al vecino y de las casas abiertas.
El ambiente de las calles que rodean la plaza Tahrir de El Cairo por la noche es la antítesis de nuestras avenidas solitarias un día de madrugada, y durante los últimos días del Ramadán la fiesta incrementa, en participantes y en alegría. El eid-al-Fitr, fiesta con la que se da por concluido el mes de ayuno es celebrado en todo el mundo por los musulmanes de maneras muy dispares, pero es cierto que en los últimos días se viven con mucha más intensidad, tal y como ya pide uno de los preceptos. En la capital de Egipto, por ejemplo, se desata una actitud extraña para todo aquel que no está familiarizado. Desbordante es la palabra clave si tenemos en cuenta la población de la ciudad y la multitud que inunda las calles -potencialmente más numerosa a las tres de la madrugada que a las seis de la tarde-. Los musulmanes acuden a las mezquitas a rezar, pero también a reunirse, y hacen del encuentro, una fiesta. Estiran en esteras y colchonetas en el interior de los recintos religiosos, compartiendo la comida con el desconocido de al lado. Algunos jóvenes juegan al Age of Empires, mientras un viejo les explica a saber qué historias.
Las tradiciones durante el Ramadán tienen puntos comunes, pero en cada país se pueden encontrar peculiaridades en su celebración. En Egipto, por ejemplo, se decoran muchas calles con farolillos y trozos de papeles, desde las avenidas los callejones polvorientos sin salida. Además, en los barrios más populares de El Cairo una mujer o un hombre, recorre las calles con un tambor diciendo el nombre de las vecinas y los vecinos para despertarlos antes de que salga el sol y tengan tiempo de poder desayuno.
Así, poco más que: ¡Ramadán Karim!
رمَضَان كريم
Gabino Martinez Muñoz e Ignasi Sánchez Rull
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